INTRODUCCIÓN
Nos hallamos en un mundo que está en constante versatilidad en la cual la celeridad de dichos cambios ha limitado en gran parte el periodo de adaptación de los seres humanos. Estos cambios (intergeneracionales, sociales, tecnológicos y comunicativos), se originan a menudo un desbordamiento de información y la creciente complejidad de que todo lo existente debe ser comprendido por las futuras generaciones para su integración y desarrollo social. Ante una conducta disruptiva, violenta o agresiva manifestada por un niño o adolescente dentro y fuera del aula, cabe preguntarse, ¿los niños son agresivos porque fueron educados de esta forma o porque nacieron así? Las discusiones en torno al origen, desarrollo y mantenimiento de la agresividad han sido objeto de enorme polémica a lo largo de los siglos desde diversos contextos (religión, filosofía, antropología, psicología, etc.), intentando dar una explicación lógica al fenómeno de la violencia que un ser humano ejerce sobre otro (Palomero y Fernández, 2001). La agresividad puede entenderse como un estado emocional consistente en sentimientos de odio, furia e ira que propicia deseos de dañar a otra persona, animal u objeto (Gerard, 2002).
Este estado puede ser consecuencia de situaciones de alta tensión, presión, distorsión cognitiva ante un elemento considerado provocador, la experiencia previa o la conducta de imitación a otros. Es por tanto un concepto amplio y multidimensional que surge de la interrelación tanto de factores orgánicos como ambientales (Alonso y Navazo, 2002). En el caso de los niños, cuando nacen sólo están inquietos por sus propias necesidades, lo que los ubica a ellos mismos como centro de su cosmos. No suelen relacionarse con las personas de forma afectiva, sino que las conciben como parte de su mundo, de tal forma que al nacer su actividad es sinónimo de agresión en cuanto que es esencial a su proceso de desarrollo. El contratiempo surge cuando esta agresividad deja de ser un mecanismo de defensa (e incluso de adaptación) para establecerse como una forma de expresión y de relación con el mundo exterior. Inician a surgir entonces, conductas, acciones y pensamientos derivados de un desorden comportamental que repercuten de forma negativa tanto en la calidad de vida del propio sujeto como en su contexto cercano familiar y social.